domingo, 29 de julio de 2012

LIBROS PEQUEÑOS, LECTURAS PROVECHOSAS


En Abstracción y Naturaleza, W.Worringer dice que el arte más humano es aquel que da razón de las cosas aislándolas de su entorno, analizándolas y simplificándolas. Afirma que las formas abstractas sujetas a ley son las únicas en las que el hombre puede descansar ante el inmenso caos del panorama universal. Dice también que un objeto que depende del espacio que lo rodea no lo podemos percibir en su individualidad material y que, al representarlo, hay que suprimir su tridimensionalidad, su volumen- que él define como lo cúbico torturante - y hacerlo aparecer como algo plano. El individuo, ante la confusión que genera la continua transformación del mundo, necesita fijar formas y contenidos, y la manera de ordenarlos es trasladarlos al plano.

Últimamente los árboles y las plantas empiezan a darme miedo, se muestran como algo amenazante y en continua expansión, materializan el caos del que habla W.W. y no puedo dejar de relacionarlos con Dios; el caos es la verdadera cara del Ser Supremo. En la película THE LITTLE SHOP OF HORRORS, las plantas devoran a los clientes y luego incrustan sus rostros en las flores. Nosotros también seremos engullidos por las excrecencias verdes, a las que serviremos de alimento, y ellas crecerán y crecerán llenándolo todo con su estúpida presencia... ¡Y a eso llamamos Madre Naturaleza!.


Las cosas a las que se refiere W.W. no son precisamente las que conforman el entorno natural, sino las ideadas por el hombre. No me gustan los cuadros de paisaje, ni los fondos de los retratos clásicos en los que aparecen paisajes; detesto lo verde pintado; repudio a los pintores plain air. ¿Cómo es posible que haya alguien que pinte a su verdugo con tanta parsimonia y que eso le haga feliz? Del arte de Cezanne habría que suprimir toda la paja, o sea los cuadros, de los que él mismo dudaba, y dejar únicamente la intención: pintar la Naturaleza según el cilindro, la esfera y el cono. Cezanne no supo desarrollar esta idea en toda su magnitud, aunque sus sucesores sí captaron su importancia. Worringer diría: representar la Naturaleza según el cuadrado, la circunferencia y el triángulo, y tenía razón.

Clement Greenberg fue el profeta de lo plano; bajo su tutela, los pintores americanos de la escuela de Washington de los 60, los Noland, Louis, Newman y compañía, llegaron a la aberración de mirar los cuadros de perfil antes de exponerlos, para asegurarse de que la pintura vertida sobre la superficie del lienzo no sobresaliera ni un solo milímetro. Worringer no cae en este tipo de extremismos, pero su inclinación por lo abstracto ornamental, lo mecánico-inorgánico, la simplificación frente a la multiplicación, y su defensa del arte como superación del afán de trascendencia que padece el hombre, me han terminado por convencer de que, cuanto más sintética sea la forma representada, cuanto más claro y sencillo sea el dibujo del objeto, y cuanto menos se busque  la profundidad en la composición de un cuadro, más fácilmente lo aprehenderá el
espectador.

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